domingo, 4 de agosto de 2013

(de otros demonios) memoria de un viaje.

Sobre el valor de las cosas:


“Partimos por el mundo en busca de nuestros sueños e ideales.  Muchas veces ponemos en lugares inaccesibles lo que está al alcance de la mano.  Cuando descubrimos el error, sentimos que hemos perdido el tiempo, buscando lejos lo que estaba cerca.  Nos culpamos por los pasos equivocados, por la búsqueda inútil, por los disgustos que causamos.
Dice el maestro:
Aunque el tesoro esté enterrado en tu casa, sólo lo descubrirás cuando te alejes. Si Pedro no hubiese experimentado el dolor de la negación, no hubiese sido escogido jefe de la iglesia.  Si el hijo pródigo no lo hubiese abandonado todo, no habría sido recibido con honores por su padre.
Hay ciertas cosas en nuestras vidas que tienen un sello que dice: “Sólo te darás cuenta de mi valor cuando me pierdas y luego me recuperes.” No sirve de nada querer acortar el camino.”

Paulo Coelho.


A veces es necesario mirar de lejos nuestra propia vida para poder valorarla. Aunque en realidad sea un viaje muy corto. Y es necesario salir de la ciudad a la que vemos todos los días y a la cual estamos acostumbrados, para ver su evolución.

Inevitablemente recuerdo la imagen de una silueta de la ciudad de Buenos Aires propuesta por Le Corbusier, que me invita a tomar distancia de las cosas, mirarlas de lejos, contemplar una silueta vaga; y poco a poco acercarnos nuevamente para captar sus detalles.  Cuando pintaba sentía esa necesidad de desenfocarme de la imagen y percibir el contorno total, no sé por qué lo hacía.

En la ciudad de Cuenca, afuera de la casa de la abuela, me sorprendió ver la obra terminada de un nuevo parque  realizado por la fundación el Barranco, el Parque de la Madre. No pude evitar calificarlo de minimalista al ver sus líneas simples, su ortogonalidad y ese hermoso detalle de cada objeto. Unas cajas de vidrio cubiertas con una piel de madera, constituyen el ingreso a parqueaderos en el subsuelo. En el suelo una plataforma de madera sobre la cual se asienta una extensa banca de hormigón, no se funde con el jardín más bien se posa sobre él; no es una integración o mimetización, sino una presencia que se exhibe, lo artificial tiene su lugar junto a lo natural pero no se somete a él.


De regreso a la casa de la abuelita, miro que el tiempo ha ido acumulando cosas, hasta saturar el espacio. No es una sobreposición de funciones sino una exacerbación en cada función en cada espacio, donde la circulación pierde importancia. El valor  que encuentro en el lugar no es el exceso, sino el sentido de apropiación que existe en la casa vieja.

Como ocurre con la pátina del material,  el óxido tarda años y es la condición última de éste, los objetos de la casa se van acomodando poco a poco hasta alcanzar una cierta estabilidad y su lugar propio en el espacio.  Se han ido acumulando cosas que constituyen  la memoria de ese lugar, en el cual el arquitecto difícilmente puede intervenir, no le resta más que aceptarlo.

En cierta forma es un manual de uso en el cual mi abuela sabe exactamente donde están las cosas y le ayuda a no perder el rumbo y a convivir con sus objetos – recuerdos  en la vejez.  Así tiene, la “casa”, la terraza convertida en una “hacienda” donde pinta, llora, llora y pinta. La planta baja funciona  como medio de arriendo con un uso incompatible con el de vivienda.

Estaba reflexionando cuando fui interrumpida por la vocecita de mi hijo que me decía: “¿mamá por qué en la casa de la Maru no puedo caminar y hay muchos muebles?”. – Porque las personas cuando nos hacemos viejitas guardamos muchas cosas.

Afuera en cambio, el parque,  es un lugar nuevo, obviamente tiene memoria (la reubicación de tres bustos reconocidos de la ciudad, el nombre del parque, la presencia de un excelente deportista que entrenaba en una pista atlética),  pero es más fuerte el potencial de lo que ese lugar puede llegar a ser, de la mano con la apropiación y el sentido de pertenencia tan importante para los arquitectos se apuesta a un nuevo concepto.

Si el minimalismo busca la simplicidad y la reducción de todo, incluidos los muebles, a lo esencial;  y el ser humano tiene esa tendencia a designar cada espacio de su casa, y con ello en nuestra cultura me refiero a que si tienes un espacio vacío, prontamente piensas en qué objeto puede decorar acertadamente y resaltar ese lugar. ¿Cómo evitar hacerlo? Si el mismo hecho de colocar un nuevo objeto en un lugar vacío es provocador.  ¿Aún me puedo considerar  una arquitecta minimalista?


Cuando uno se despoja de las cosas que no usa,  a veces siente que se ha quitado un peso de encima,  pero ese mismo objeto aferrado a la memoria tantos años, debe ser muy difícil dejarlo ir,  el hecho es permitir  que entre lo nuevo a tu vida y ésta empiece a fluir, o al menos intentarlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario